En
Europa existe un pseudogobierno común. Es una camarilla formada por una serie
de individuos que se van repartiendo por distintos cargos de la unión y de
otras entidades como el Banco Central Europeo o el Fondo Monetario
Internacional. No son elegidos democráticamente sino que algún poder en la
sombra los propone y la cámara europea hace como que los confirma en una
sospechosa unidad entre conservadores y socialistas.
Esta
camarilla no gobierna políticamente pues los gobiernos son demasiado
chovinistas para ceder el poder político. Tampoco les interesa mucho pues no
están para defender valores. Sin embargo sí que gobiernan económicamente creando
numerosas directivas de obligado cumplimiento para los países que dirigen la
economía hacia sus intereses. Los valores solo los interesan para revestir
moralmente sus decisiones pero siempre supeditados a sus intereses.
¿Y
cuáles son los intereses? Las distintas constituciones de los países, en sus
buenos propósitos, hablan que la soberanía reside en el pueblo. Por tanto los
políticos deberían ocuparse de cumplir los deseos y necesidades de sus
ciudadanos y procurar una vida agradable e igualitaria para todos.
¿Sin
embargo, cuál es la realidad? La realidad es que los políticos se ocupan de
solucionar las necesidades del poder económico formados por grandes empresas
que tienen más dinero, medios y poder que los propios gobiernos.
Además
los políticos se han ocupado de convencer a la ciudadanía que la economía es lo
único importante y que el beneficio económico cercano es lo único importante.
Cualquier actividad es reducida a un interés económico. Así hoy en día, por
ejemplo, no se habla de unas fiestas de una ciudad por su interés cultural,
social o de manifestación de la forma de ser de un pueblo sino simplemente por
los beneficios económicos que genera en hoteles, restaurantes o empresas
implicadas en la fiesta.
Volviendo
a la Unión Europea esta se dedica a una constante generación de normas y
políticas favorecedoras del poder económico. Y este poder económico no es la
pequeña tienda de barrio ni el pequeño agricultor, son las grandes empresas
multinacionales permitidas por unas políticas protrust.
Poco
a poco estas empresas son más poderosas, ocupan más países y van acaparando
todos los sectores de la economía. El gobierno europeo va generando una masiva
normativa de exigencias a las empresas con escusas como el medio ambiente o la
sanidad. Estas exigencias hacen muy difícil la viabilidad de las pequeñas empresas
o simplemente hacen imposible que puedan ser cumplidas. Las grandes empresas no
tienen problemas en poner un técnico más mal pagado para hacer todo el papeleo
necesario para cumplir estas normas. Normas retorcidas y complejas que no
abordan con sencillez los problemas que pretenden solucionar.
Estas
grandes empresas no hablan de pérdidas o beneficios, no hablan de obtener unos
beneficios justos. Hablan de incrementos de beneficios, de cuantas veces
multiplican los beneficios del año anterior. Esto hace a estas empresas unas
máquinas devoradoras de mercados; necesitan un crecimiento sin límite y para
ello necesitan ir invadiendo nuevos territorios.
Comenzaron
a hablar de globalización. Esta globalización la han vendido como algo bueno
para la ciudadanía que puede moverse y comunicarse con todo el mundo, que puede
vivir y trabajar en cualquier lugar y vender sus productos en todo el mundo. La
realidad es que las fábricas se deslocalizan a territorios donde se puede
producir barato con medios humanos en situación casi de esclavitud, donde el
medio ambiente no es cuidado y las normas legales son laxas bajo gobiernos
dictatoriales o dirigidos. Las grandes empresas por otro lado obtienen grandes
beneficios produciendo barato en estos lugares y vendiendo caro en los países acomodados.
Da igual la calidad, cuando algo se rompe se compra otro lo cual es más barato.
Por
otro lado esta globalización permite ocupar nuevos mercados. Permite
introducirse en nuevos países donde vender. Las grandes empresas
multinacionales vieron la ocasión en los países del Este tras el
desmoronamiento de la Unión Soviética. Para ello hicieron que la Unión Europea
admitiera países alegremente en su seno. España estuvo muchos años intentando
entrar en la Unión y fueron muchas las negociaciones y exigencias. Sin embargo
con estos países la entrada fue rápida. Eran países con poca tradición
democrática, que salían de la dictadura rusa y en las que no se sabía que
valores iban a fomentar. Pero había que meterse allí, había que inundarlos a
ayudas que iban a pagar los ciudadanos y estas ayudas se las iban a comer las
grandes empresas multinacionales.
Estas
dos realidades de la globalización han producido por un lado una Unión Europea
de demasiados países, con muchas tendencias, opiniones y unos países que se
están revelando contra los fundamentos teóricos de la Unión. Por otro lado
hemos ido abandonando la producción y nos hemos ido dedicando a la
especulación. Para no decir que no hacemos nada hemos pensado que todos podemos
vivir de la investigación y desarrollo y de las nuevas tecnologías. Esto nos ha
llevado a la pobreza de muchos productores de materias primas e industrias
básicas en nuestros países. También nos ha llevado a depender de terceros países
en la producción de elementos básicos terceros países dictatoriales y sin
valores éticos como Rusia o China.
Y
cuidado que nadie se meta contra la globalización. Cualquiera que se salga del
pensamiento admitido es automáticamente machacado y vilipendiado.
Ahora
nos encontramos con un capitalismo salvaje a punto de colapsar, con países sin
valores éticos que nos chulean como son Rusia o China y sin capacidad de reacción.
Tenemos además una camarilla europea solo preocupada de los intereses
económicos, que no mira que Rusia está haciendo daño a un país democrático y
que detrás podemos ir nosotros, sino en que intereses económicos se les verán
afectados. Está claro que en cualquier lucha por unos valores hay unas pérdidas
y tienes que perder algo pero aquí eso no vale. Tenemos que quejarnos de Rusia
pero mantener los “negocietes” con ellos. Podemos vender a su suerte a un país
con tal que los “negocietes” de los grandes no se vean afectados.
Pero
a mal tiempo buena cara. Aprovecharán la ocasión para una subida de precios
injustificada de los productos generadas por unos mercados especulativos que
multiplicarán los beneficios de las multinacionales a costa de la ciudadanía.
La camarilla dirá que no se puede intervenir ni regular la economía y como
mucho venderán alguna ayuda poco eficaz y cosmética que pagará por supuesto la
ciudadanía. ¿Hasta cuando durará esta partida del monopoly?
A
mí me gustaría una Unión Europea unida, que defendiera unos valores
democráticos y basados en los derechos humanos. Me gustaría un gobierno europeo
elegido democráticamente que se ocupara de la comodidad de sus ciudadanos y de
la igualdad de oportunidades de todos ellos. Un gobierno que defendiera los
valores basados en los derechos humanos y los hiciera valer y promoviera en
todo el mundo. Que actuara claramente y sin fisuras contra los países terceros
que no actúan bajo estos valores, que se actuara contra ellos
independientemente de los intereses económicos que se pueda tener. No se puede
dilapidar a países dictatoriales con vehemencia como Cuba o Venezuela y ser
benévolos con otros como China o Rusia.
A
mí me gustaría que se hablara de sostenibilidad y no de crecimiento sin
límites. Me gustaría que se hablara de bienestar de la ciudadanía, de defensa
real y efectiva del medio ambiente y de paz mundial. ¿Es tan difícil?